Por Melitto, Largo de Café.
A oscuras y delante de la tele, a eso de las tres tras paredes de piedra, se respira mejor que fuera, en los infiernos amarillos de la Castilla rural abrasando de sobremesa. Y ahí estábamos, viendo al de Marinaleda. El del doctorado, acostumbrado a opinar y sentar cátedra, se mostraba contrariado por ese poco ejemplar asalto a la propiedad privada. Habló, escuchamos. Entonces mi padre, que es de pocas palabras pero que acostumbra a asentar en ellas una especie de silencio omnipotente y acreditado desde siempre, que yo recuerde, también habló, pero no de supermercados y legalidades, sino de las necesidades de la población, de lo que está ocurriendo y del respeto que hay que tener a quienes reivindican, un respeto que no han de olvidar especialmente aquellos que han llegado a mesa puesta y que no han tenido que pelear, lo que se dice pelear, nada o casi nada. Esto al del doctorado no le debió gustar demasiado, punto en boca.